Omnia. Derecho y sociedad
Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas
de la Universidad Católica de Salta (Argentina)
e-ISSN 2618-4699
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Resumen

Reseña descriptiva del libro de Lucio Florio, Ciencia y Religión. Perspectivas históricas, epistemológicas y teológicas, editado en 2020 por Ediciones Universidad Católica de Salta (EUCASA).

Palabras clave: ciencia y religión – reseña de libro

Abstract

Descriptive review of the book by Lucio Florio, Science and Religion. Historical, epistemological and theological perspectives, published in 2020 by Ediciones Universidad Católica de Salta (EUCASA).

Key words: science and religion – book review

Derecho/ reseña

Citar: Bollini, C. R. Reseña del libro Ciencia y religión. Perspectivas históricas, epistemológicas y teológicas, de L. Florio. Omnia. Derecho y sociedad, 4 (4), pp. 103-107.

Reseña

El Pbro. Dr. Lucio Florio, investigador y docente en las facultades de Filosofía y Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA), tiene una extensa trayectoria como activo participante y fundador en varias asociaciones y revistas dedicadas al tema del diálogo interdisciplinar entre la ciencia y la fe, y también como autor de libros y compilaciones sobre esta temática.

La presente obra puede ser considerada una síntesis de lo que él ha reflexionado y vivido en estas décadas, en pos de descubrir caminos renovados para armonizar las áreas del saber humano.

Florio recuerda la tradicional tesis forjada por el Iluminismo del siglo XVII: entre ciencia y religión no puede sino existir una «enemistad irreconciliable». En contraste, esta obra pretende mostrar las múltiples y fructíferas interacciones posibles entre ambas. En efecto, su propósito es despejar este conflicto aparente mediante «un pensamiento que sea respetuoso de la autonomía de cada ámbito de pensar» pero que no resulte un «mero entrecruzamiento de ciencias y religiones» (Florio, 2020: 10)3. A tal fin, esta obra transita por un triple abordaje: epistemológico, histórico y teológico.

Ahora bien, para la opinión pública, «ciencia y religión» están contrapuestas por un «versus», no unidas por un «y» (16). Florio explica que este modelo de conflicto (instalado por la Ilustración) no es válido para caracterizar la milenaria historia de los encuentros y desencuentros entre ambas realidades. Hubo épocas de «coexistencia relativamente pacífica»; las relaciones mutuas fueron «mucho más complejas y entreveradas» de lo que las representaciones esquemáticas sugieren (19).

Recientemente, ha surgido un movimiento denominado genéricamente «ciencia y religión» (19) que, al estar conformado por pensadores de múltiples disciplinas, goza de aceptación académica. Esta corriente está empeñada en mostrar una realidad más compleja que los respectivos ámbitos por separado.

Hubo varios intentos para clasificar las relaciones entre ciencia y religión según diferentes modelos de interacción. El más conocido es el del físico y teólogo Ian Barbour, que propuso cuatro posibilidades: conflicto, independencia, diálogo e integración4.

Acotemos que también la propuesta de Robert Russell (fundador del Center for Theology and the Natural Sciences5) habría merecido una mención por su relevancia e interés. Russell, tomando elementos de Ian Barbour y de Arthur Peacocke, desarrolló el paradigma de la «interacción mutua creativa» entre la teología y las ciencias naturales, partiendo de la metáfora de la construcción de un puente entre ambas riberas.

Florio plantea luego una aproximación alternativa, basado en la evolución histórica de la relación entre ambas, mediante tres etapas: 1) «pre-crítica», caracterizada por la integración; 2) «crítica» (con el advenimiento de la Modernidad), donde la ciencia alcanza su autonomía, y 3) «post-crítica» en la que aparecen «neo-fundamentalismos» científicos en el seno de la cultura contemporánea (36). Estos fundamentalismos actuales, reaccionando ante las propuestas de «pensamiento débil» de Gianni Vattimo, procuran restablecer la alianza de fines del siglo XIX entre el positivismo y la tecnología.

Plantear las interacciones entre la ciencia y la religión según su «grado de criticidad», en lugar de los esquemas estáticos de Barbour o Haught, es, ciertamente, un propuesta original y prometedora; se extrañan, no obstante, algunos ejemplos ilustrativos (tal vez un caso representativo de la etapa «post-crítica» sea las elucubraciones altamente especulativas del físico norteamericano Frank Tipler).

Una idea clave en la que insiste nuestro autor es la interdisciplinariedad: un diálogo con múltiples voces que, respetando las respectivas identidades, explore puntos de contactos mutuos. La religión puede concurrir al diálogo con las ciencias, a condición de que supere su etapa pre-crítica de una experiencia del Absoluto y se desarrolle epistemológicamente como un conjunto de «ciencias de la religión» (40): historia de la religión, religiones comparadas, psicología de la religión, etc. Podría agregarse la «fenomenología de la religión» que alcanzó un importante desarrollo durante el siglo XX.

Asimismo, la teología puede también incorporarse a este intercambio, pues nace con el mismo nivel epistémico que las ciencias humanas. Ella profundiza en «el contenido de la experiencia religiosa, considerando que a ella le corresponde una realidad» (41).

En la segunda parte6, Florio manifiesta implícitamente que no escribe como un teólogo que elabora su discurso desde la fe, sino, antes bien, como un filósofo o epistemólogo que discurre sobre la fenomenología y la filosofía de la religión. En efecto, al presentar la religión judeocristiana, afirma que esta «se comprendió a sí misma» o «se considera a sí misma» como una religión revelada (43). Por su parte, la Iglesia «admite» la encarnación del Hijo de Dios y el universo «es visto» como atravesado por la presencia de Cristo (43), etc.

No obstante este distanciamiento metodológico, Florio señala que el pensamiento bíblico es racional, pues busca «entender lo creado como una realidad inteligible» por ser fruto de la actividad creadora de Dios (44) y opera analógicamente, interpretando, comunicando y narrando la revelación divina.

A partir de estas concepciones bíblicas, continúa nuestro autor, fue forjándose desde los primeros siglos de nuestra era la imagen de los «dos libros» mediante los cuales Dios se manifiesta: por un lado, la Palabra de Dios que toma la iniciativa; por el otro, la naturaleza como obra que remite a su Hacedor. En la Edad Media se logró una equilibrada síntesis entre razón y fe y la teología alcanzó su madurez epistémica. El giro copernicano de la Modernidad, con su propuesta de una cosmología científica que venía a reemplazar los paradigmas míticos, produjo una crisis hermenéutica en la teología, cuya manifestación por excelencia fue el caso Galileo. Gracias a esta encrucijada, la Iglesia maduró una exégesis bíblica «no literalista». Fue esta la que le permitió una recepción de las tesis evolucionistas de un modo menos conflictivo que el del protestantismo anglosajón. Los aportes del jesuita Teilhard de Chardin fueron fundamentales para facilitar esta admisión. Florio menciona la famosa calificación de la teoría de la evolución por parte de San Juan Pablo II: «algo más que una hipótesis» (74).

Los nuevos desarrollos científicos y el paralelo progreso de las filosofías de la ciencia (con conceptos como complejidad y no-determinismo) tuvieron un profundo impacto en la autocomprensión de la teología. Florio menciona aquí el sugerente concepto «epistemología profética» de raíces bíblicas (80), que el autor ha esbozado en artículos previos7.

Nuestro autor termina su atrayente recorrido abordando el tópico de la teología de la naturaleza, bajo la luz que aportan los «nuevos escenarios abiertos por la racionalidad científica» (83). La moderna epistemología ha develado la pluralidad de sentidos y lenguajes en los diversos saberes. Esta diversidad plantea un genuino desafío para la interdisciplinariedad que Florio ha señalado como esencial. En lo sucesivo, para que la teología pueda entablar un diálogo con las ciencias humanas debe ser «crítica, orgánica y progresiva» (86), formulando sus conceptos de modo analógico (87). Esto le impide aliarse con una teoría científica dada. Caso contrario, podría verse comprometida con la refutación de un paradigma científico, tal como le sucedió con el derrumbe de la cosmovisión geocéntrica. Debe remarcarse que la teología posee un núcleo de irreductibilidad que la excluye de la falsación popperiana.

Nuestro autor presenta luego la propuesta del teólogo anglicano Arthur Peacocke, de fuerte acento integrador. Peacocke recurre a categorías de las ciencias naturales para elaborar una teología «global» que explique lo divino. Es cierto que esta formulación no alcanza el nivel de subsumisión de la teología a la física como el que plantea Frank Tipler (que considera a la teología como «una rama de la física»8). Aun así, pueden señalarse serias objeciones a Peacocke. Fiel a su abordaje desde una perspectiva filosófico-hermenéutica, Florio indica las «dificultades para su implementación» vistas las diferencias inconciliables entre las diversas religiones (91).

Florio ofrece, como abordaje alternativo, la propuesta de Giuseppe Tanzella-Nitti: la teología es una disciplina que reconoce un momento de «saber descendente», en el que la Palabra de Dios ilumina la realidad y un momento ascendente en el que, mediante los conocimientos científicos y filosóficos, el pensador se eleva hacia la Revelación.

Como colofón de estos diversos modelos de interacción, nuestro autor indica una aspiración compartida entre las ciencias y la teología: «la interpretación de lo real» (92). Para resolver los conflictos potenciales, Florio ve la posibilidad de la coexistencia de «simultáneas y diversas lecturas de la realidad» (93). Esta aseveración es ciertamente desafiante y merecería un debate ulterior.

Como alternativa a ciertos modelos «personalistas» que pretenden trasladar el discurso hermenéutico a la subjetividad del individuo cognoscente, Florio presenta la opción de la «recíproca provocación intelectual», mediante la cual cada uno de los interlocutores somete sus ideas a la reflexión del otro. Como bien señala nuestro autor, la viabilidad de tal ejercicio de parte de la teología encuentra su fundamento en «la correspondencia entre la Palabra creadora y la palabra que interpreta y dirige la historia» (93), es decir, entre la creación y la revelación en la unidad de la verdad divina.

Reflexionando sobre la tarea de armonizar la revelación bíblica con los escenarios científicos, Florio realiza una muy aguda observación: ante cierta afirmación teórica, no sería suficiente para un teólogo argumentar que se trata solo de una hipótesis científica. Aun cuando así lo fuera, si este procura ejercer una adecuada epistemología, debe «estar atento a que [estas argumentaciones] ni siquiera como hipótesis puedan entrar en contradicción con la revelación» (95).

La obra concluye enumerando algunos desafíos específicos de las diversas ciencias a la teología: la cosmología moderna, con las cuestiones de la evolución del universo y la «sintonía fina» de sus constantes fundamentales para la aparición del ser humano; las leyes físicas, en un sugerente equilibrio entre el determinismo y el indeterminismo (que reabre la tradicional cuestión de la acción divina en la creación); la biología y el descubrimiento del patrimonio genético compartido con el resto de los seres vivos; etc.

Ante estos nuevos panoramas, y aclarando que son «implicaciones y no necesariamente problematizaciones» (101), Florio sugiere algunos puntos de concurrencia ciertamente fascinantes: la doctrina de la resurrección de la carne ante el descubrimiento de la información genética en el ADN; el inicio del universo según los modelos cosmogónicos actuales y la doctrina de la creación; el destino del universo según la cosmología (con su gradual degradación entrópica), ante la promesa de una nueva creación anunciada por Isaías y el Apocalipsis; la doctrina del pecado original ante los desórdenes ecológicos fruto de la miseria humana y ante la dramaticidad de la muerte, etc.

Las ciencias naturales no deben ser consideradas como «contaminantes» humanos de la revelación. Por el contrario, asegura lúcidamente Florio, «permiten acrecentar su inteligibilidad por la razón» y, conjuntamente, «la credibilidad de la fe en un contexto científico» (100).

En un breve balance final, nuestro autor concluye que, en efecto, «la comprensión de la revelación es parte esencial» de la naturaleza humana; tal intelección tiene lugar «en el gran tejido de experiencias humanas» de cara al universo. En suma, una teología de la creación ha de entenderse como «una teología de la naturaleza atravesada internamente por las ciencias» (118).

Desde una perspectiva filosófica y epistemológica, Florio se ha esmerado en remarcar, que, respetando su misterio irreductible, la fe posee una profunda racionalidad y consonancia con las ciencias.

Habríamos deseado una mayor explicitación en ciertos puntos particulares como así también algunos ejemplos prácticos en la sección donde examina las diversas propuestas. No obstante, a nuestro juicio, Florio ha logrado holgadamente, de un modo elocuente y claro, su propósito de resaltar el interés y la necesidad de una concurrencia de los múltiples saberes. El resultado será sinérgico, al resultar este superior a la suma de las distintas disciplinas individuales.


  1. Florio, L. (2020). Ciencia y Religión. Perspectivas históricas, epistemológicas y teológicas. Salta: Eucasa.

  2. Doctor en Teología (summa cum laude) por la Universidad Católica Argentina (UCA). Se especializa en teología fundamental y relaciones entre ciencia y fe. Su página web es www.razonesparalafe.org. Fue profesor adjunto de teología durante 17 años en esta universidad, y autor de numerosas obras sobre teología fundamental, ciencia y fe. Es además licenciado en Investigación Operativa y programador científico en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), actualmente en el Centro Atómico Bariloche. cepteo@gmail.com

  3. En adelante, se referenciarán todas las citas de este libro solamente con el número de la página.

  4. Reformulado posteriormente por el teólogo católico John Haught.

  5. «El cristianismo y su interrelación histórica con la ciencia».

  6. «El cristianismo y su interrelación histórica con la ciencia».

  7. Cf. Revista Criterio. Marzo 2021. Año XCIII. La pandemia y una respuesta global. p. 6.

  8. Tipler, F. (1996). La física de la inmortalidad. Madrid. p. 17.

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